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La merienda de los locos

LA MERIENDA DE LOS LOCOS

 

Lampedusa: Naufraga un cascarón  con 500 desesperados – de los que casi 400 mueren ahogados –  mientras los gobiernos de esta asquerosa Europa y las tripulaciones de varios pesqueros miran hacia otro lado. Acto seguido esa misma Europa, los pesqueros y nosotros nos echamos las manos a la cabeza. Traducción: En Italia (pero no solo) hay una única manera de adquirir la nacionalidad: basta con morir ahogado ante sus costas. Ahora bien, si tienes la mala suerte de sobrevivir, te cargas el invento y pierdes todo derecho excepto el de ser considerado un delincuente. A partir de ahí  pueden  multarte,  internarte en un barracón abarrotado y cuando estas debidamente hambreado (más)  devolverte al país de origen.

 

Entretanto, filósofos, periodistas, sociólogos y economistas de este nuestro evolucionado continente presentan sus razones con un lenguaje letrado y protegidos por alguna versión de la libertad de expresión, defienden las virtudes de la codicia y de la riqueza personal y prestan argumentos intelectuales a  xenófobos de todo plumaje. Que Europa no sea capaz de dar una respuesta global al problema de la inmigración ilegal no es fruto de la ineptitud sino de un cálculo culpable.  Son las reglas de la merienda de los locos, las reglas del mundo que hemos construido con el único fin de: quedarnos con amplias extensiones destinadas para muchos; apropiarnos de nuevos territorios después de haber arruinado los nuestros; acumular más de lo que necesitamos o podríamos aprovechar nunca; hacernos los listillos proponiendo a otros una participación en una cultura común erosionada día a día y que  va siendo reemplazada por toda clase de tópicos; sugerir a los pobres y necesitados que se “sirvan” (para eso están) de las riquezas comunes cuando éstas nunca han estado a su alcance; delimitar y explotar o agotar grandes áreas de nuestro planeta y luego pasar a otras, dejando atrás nuestra porquería… Sí, estas son las reglas de la merienda de los locos, las reglas del mundo que hemos construido.

 

Gracias a estas reglas y al mismo tiempo que damos la impresión de compartir con los demás nuestra suerte, nuestras desgracias y crisis, en realidad no compartimos nada, no entregamos nada sólo  escondemos nuestros privilegios como usmias,  acaparamos nuestra suerte.