Qasida

Este libro de poemas nació a la puerta de la Orient House en Jerusalem un día de Julio 1996 cuando fui a visitar la antigua casa de la familia y los soldados israelíes nos echaron el alto.

Olivos plateados,
pisadas al fondo de la calle,
madreselvas;
Colonos de uniformes harapientos,
negra la keppa sobre su cabeza
aposentada en la certidumbre
de lo insensible;
Dormida sombra
que el viento azota
sobre la piel cansada
de pospatios
olvidados.
Y hablar de la casa
sobre sus cabezas,
el largo estupor
del ouda y del tiempo
¿Tiempo?¿qué tiempo?
se oyó preguntar al eco quedo.

Y estas son las palabras que le dedicó Gustavo Martin Garzo cuando le pedí que me escribiera el prólogo:La realidad no se desvanece / como se desvanecen los sueños. Escribe Wislawa Szymborska, la poeta polaca a la que tan merecidamente acaban de conceder el Premio Noble. Quien poco después, en el mismo poema, nos dirá que los sueños pueden ser descifrados, tienen llaves, mientras que la realidad no las tiene. Puede existir sin nosotros, no retrocede ni un paso, frente a ella no hay escapatoria, porque nos acompaña en cada huida.

Esa parece ser la situación de la mujer de uno de los poemas de este libro. Se acuclilla junto al horno, ha preparado tortas con harina, y espera a que su masa se dore. Debe estar vigilante, para que no se quemen. Porque el fuego, tan real, no sabe de sus delirios ni de sus sueños. Si se descuida ese día no tendrá nada que ofrecer a los suyos.

Tiene un sueño, ser ella también de harina. Es decir, ser real. Real como lo es el horno, la torta que en él se dora, aquellos que vendrán a la mesa y que esperan una comida, que apenas puede darles porque son pobres y no tienen con qúe prepararla. Comida real, niños y adultos reales. Se pregunta con qué apagará el hambre de los que ama. Pilar Salamanca escribe que quiere una respuesta, encontrarla como si tropezara / con un monstruo en un laberinto/ y el monstruo se la tragara/ a ella que no es pan, ni harina, ni siquiera blanca…..

….El poema es la pregunta, pero sobre todo el gesto de preparar la torta de harina y aguardar a que su masa se dore. El gesto de dar de comer. Pilar Salamanca pertenece a esa rara estirpe de poetas que saben, como afirma Wislawa, que la realidad es infinitamente más misteriosa que los sueños: se define a sí misma no le teme al olvido. Escribe como si también ella deseara ser harina, hacer tortas, no retroceder ni un paso. Sus poemas son esas tortas.

Puede que no contengan la respuesta a ninguna de las preguntas que nos agobian (no es esa la misión de la poesía), pero recibirlos es vivir.

Gustavo Martín Garzo

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