Prensa

A martillazos

Los hombres que pegan a las mujeres no lo hacen porque sean más fuertes y estén seguros de que van a ganar la pelea. Pegan porque saben que en ningún momento la víctima se va a revolver.

Y entonces van y les abren la cabeza a martillazos.

La violencia machista es una escalada en la que se empieza con un insulto o un bofetón al que ella nunca responde.  Y que conste que no quiero banalizar ni estoy diciendo que la respuesta adecuada sea devolver los golpes.

Aunque quizá, a veces ¿por qué no?

Estoy diciendo que muchos de los hombres que pegan a las mujeres no son especialmente fuertes y mucho menos valientes y que no pegarían a alguien si pensaran que ese alguien puede resistirse.

Porque en los últimos 14 años, son cerca de 1.000 mujeres asesinadas. 

Y mientras, con cierta frecuencia, seguimos muy entretenidos viendo imágenes de violaciones, palizas o asesinatos en películas o telefilms pues en esta cultura machita el maltrato a las mujeres es muy frecuente y está completamente extendido.

Así que, una vez más y aunque creo que ya he hecho la misma pregunta algunas veces, repregunto:

¿Por qué las mujeres no se han organizado jamás violentamente para defenderse de la violencia que se ejerce constantemente contra ellas? ¿Por qué no se defienden de sus maltratadores? ¿Por qué hay tan pocos asesinatos en legítima defensa?

No será por falta de recursos.

Porque las mujeres mueren y matan contra el capitalismo, contra una invasión, contra el colonialismo, el racismo y la pobreza; contra el comunismo o contra la influencia extranjera. Las mujeres mueren y matan, pero jamás por ellas mismas; si acaso – como bien explica Beatriz Gimeno –  contra el patriarcado terminan matándose a sí mismas, suicidándose. 

Y ahora resulta que el Gobierno tiene la intención de aceptar que “ante la ausencia de un consentimiento explícito siempre habrá agresión, delito” lo que probablemente sea necesario y urgente aunque, si vamos a eso, lamentemos luego que el Código Penal, a merced del espíritu de los magistrados –y repito “magistrados” – se quede siempre con la letra de la ley. Es decir, con nada.

Porque señoras y señores, vivimos en un sistema perversamente perfecto que mientras  por un lado castiga por el otro, alienta la violencia simbólica y que mientras legisla a favor de la igualdad, aprueba, favorece o simplemente mantiene conductas, costumbres, representaciones, leyes o instituciones como nuestra Real Academia de machirulos –claramente desiguales por no decir misóginas.

Así que a lo que vamos:

La lucha contra la violencia machista pasa, ya lo he dicho, por las leyes; pero pasa también por la educación en igualdad y por algo mucho más complicado que es lo simbólico, lo cultural. Y dentro de lo cultural, el empoderamiento femenino tendrá que ser también “físico” para que las chicas no sigan siendo educadas en la creencia de que todos los hombres son más fuertes que ellas o de que ante las agresiones no pueden sino aceptar el papel de víctimas.

Y no, porque las mujeres son fuertes, pero pueden serlo más. Y tienen que aprender,  sobre todo, a sentirse físicamente iguales porque “eso” lo cambiaria todo.

Y si no todo, al menos, muchas cosas.

Artículo publicado en Último Cero el 16/07/2018