Refugio
Me ahogo. Tengo la impresión de que una mano sádica me obliga a mantener la cabeza dentro de un barreño de agua y por mas que pateo no me deja levantarla porque cuanto más lucho, mas acrecienta esa mano la presión. La presión de esos miles y miles y miles que llegan imparables mientras las patrulleras desbordan sus apenas visibles lanchas, los fusiles les disparan, los demagogos insultan, los ciudadanos miramos hacia otro lado y los Estados se van por la pata abajo víctimas de un miedo insostenible.
Pero no, no hay escapatoria posible. Todos somos parte del problema: las larvas y los monstruos, lacayos y verdugos, víctimas y victimarios, chaqueteros o kamikazes. Nuestras diferencias se han volatilizado. Digo que ante tanta inhumanidad, nuestras diferencias y matices se han volatilizado y los mejores han sido devastados, despojados de si mismos, vaciados de toda sustancia histórica y posible iniciativa.
Y, a pesar de todo seguimos pretendiendo ser humanos, los humanos que alguna vez fuimos aunque nos hayamos convertido en simples caricaturas desarticuladas que juguetean con los retazos de su identidad, dispersos, abaratados pegados con goma de pésima calidad mientras dejamos morir a tantos seres humanos. Hasta nuestros propios ancestros nos miran perplejos: “¿Pero quien demonios os habéis creído que sois?”.
¿Que quienes nos creemos ser, nosotros, los llamados ciudadanos de la Unión Europea? Buena pregunta. Así, a bote pronto se me ocurre una respuesta:
Somos una panda de energúmenos que han construido su morada sobre los principios resquebrajados de sus ancestros mientras contemplan satisfechos la masacre universal que han ido organizando en defensa de sus intereses con los iraquíes y palestinos, sirios y roghinya, libios y saharauis, tirios y troyanos.
Somos, nosotros somos, unos mentirosos que nos colgamos a las espaldas pasados gloriosos. Pasados que idealizamos a ritmo de trompeta y de Revolución Francesa, pasados que engrandecen artificialmente la estima que nos tenemos y que – pensamos – nos diferencian de los demás cuando lo único cierto es que salimos de Málaga para ir a parar a Malagón o, lo que es lo mismo, salimos de Grandes Guerras y Dictaduras para ir a parar a unas democracias de chichinabo (ruego disculpen las exageraciones pero estoy de muy mala leche) que ha hecho de esta civilización de muerte un apoyo a lo cotidiano.
Entretanto, literalmente, los matamos. Matamos a estos seres que un día creyeron que si conseguían saltar de las pateras encontrarían el Santo Grial democrático. Encontrarían la forma de seguir vivos dado que en Europa – se decía – la vida y la libertad son derechos humanos.
Incorrecto. Porque puede que sí, que aquí algunos tengamos derechos, pero lo cierto es que no todos somos humanos. Algunos tienen antenas en vez de ojos, garras en vez de manos, piedras en lugar de corazones y, para colmo, son precisamente los que detentan el poder. El poder de decidir lo que somos todos los demás. Ellos y nosotros. Y me ahogo.
Publicado en El Faradio, 8 de marzo de 2020.