Yo Loba 12
No estaba muy segura de cuantas veces lo había intentado: primero su pareja después todos los hombres con los que se había topado ¿somos capaces de imaginar la escena? Ella en los reductos del lobo, ella – con un original entre las manos – a la puerta metafórica del cielo. O lo que viene a ser lo mismo: a la puerta del despacho de cualquier Editorial.
Vaya que sí.
A lo largo de la historia de la literatura femenina, los hombres se las han arreglado como podían – y podían mucho – para hacer trizas la pasión literaria de las mujeres. Basta recordar como Nadezhda Mandelstam memorizó resueltamente los poemas de Ossip y de este modo, salvo la poesía de su marido de las destructoras garras de Stalin. Y como el resto de las esposas, amantes, amigas, admiradoras, traductoras, compañeras, benefactoras, copistas, mecanógrafas, correctoras de pruebas, editoras, sabias escritoras de prólogos, agentes, inspiradoras, musas, asesoras literarias, fieras defensoras (¿verdad Joyce?), tiernas cargadoras de las pipas literarias, abnegadas cocineras, tenaces archivistas y bibliotecarias, lectoras apasionadas, fieles guardianas de tantos manuscritos, esfinges vivientes en los altares póstumos de la literatura, diligentes limpiadoras de estudios literarios, las que quitan el polvo a las obras completas y los bustos de LOS escritores, entusiastas y ardientes miembros de sociedades a mayor gloria de poetas vivos y muertos, mujeres de toda clase y condición, mujeres que a lo largo de la historia han salvado toda clase de textos literarios, mientras los hombres los destruían:
Hombres dictadores, potentados, censores, lunáticos, pirómanos, jefes militares, emperadores, líderes, policías …
[gracias Dubravka por el recuento]
A los que cualquier disculpita le servía.
Desde las hogueras de la Inquisición, donde solo ardían mujeres y libros, a las piras nazis o al incendio y destrucción (por parte de los serbios) de la Gran Biblioteca de Sarajevo, de la de Alejandría en su tiempo y muchas más.
Así que hablando en “Román Paladino” o, lo que es lo mismo, clarito y por lo corto, si no llega a ser por las mujeres, algunas literaturas y algunos literatos hubieran acabado en agua de borrajas.
Como dice Stacy Schiff, autor de la biografía VERA:
“A partir de las muchas cosas de las que Nabokov presumía no haber aprendido jamás como escribir a máquina, conducir, hablar alemán, encontrar un objeto perdido, cerrar un paraguas, contestar al teléfono, cortar las paginas de un libro o dar la hora a un ignorante(algo frecuente pues – según él – lo era todo el mundo) es fácil deducir a qué dedicó Vera su vida”.
Y puede que no sirva de mucho, pero para ella, para esa mujer que menciono al principio, es importante que todo esto se sepa.