El Faradio, Prensa

Guerra

No queda nada nuevo u original que decir sobre la guerra. Menos si eres mujer. Menos si has sido testigo de algunas como la desatada por los sionistas empeñados en hacer una limpieza étnica en Palestina, como la de Argelia contra los colonialistas franceses, la de Serbia en la antigua Yugoslavia, la de Irak, la de Siria, la del Líbano o ya que estamos, la permanente en Colombia, a los pies del coloso. Tantas otras. Nada puede haber más humillante para una escritora de ficción que tener que volver a exponer un argumento que otras y mejores personas han expuesto antes que una, a lo largo de los años, en otras partes del mundo y de manera mucho mas elocuente y erudita.

Y, sin embargo – como dice Arundhati Roy – yo también estoy dispuesta a arrastrarme, a humillarme abyectamente repitiendo lo que otras y otros han dicho porque, en estas circunstancias, el silencio me parece intolerable. Intolerable en la medida imposible del diferente trato a las victimas (y de Gaza ¿qué?).

Intolerable en el movimiento espástico de las ayudas prometidas a las víctimas que serán europeas sí, pero no más víctimas. Así que no, no puedo ni quiero aguantarme las ganas de decir a todos los que no queráis callar: vamos a la calle, reunamos nuestros despojos, interpretemos nuestros papeles, aunque sean de segunda mano y gritemos hasta que no podamos más NO A LA GUERRA. Ni esta ni ninguna ¡maldita sea! No olvidemos que lo que está en juego es descomunal y que nuestro cansancio y nuestra indiferencia podrían significar nuestro fin. El fin de todo lo que amamos.

Tenemos que buscar en lo más intimo de nuestro ser y encontrar las fuerzas necesarias para pensar. Para luchar. Aunque mucho me temo, y lo digo con un nudo en la garganta, que una vez más, vamos lamentablemente por detrás no solo de la realidad sino de nuestra capacidad de comprender la verdadera naturaleza del hecho mismo de la guerra. Nuestra percepción de la esfera del horror es desesperadamente obsoleta. Así que aquí nos tienen ahora en lo de Rusia y Ucrania discutiendo quien es el malo o el peor – como si no supiéramos que los Seis Países del Consejo de Seguridad con derecho a veto son precisamente los seis mayores fabricantes de armas y que algo tienen que hacer con ellas pues, de tanto fabricarlas, no les queda sitio donde ponerlas y en Siria, la verdad, ya no queda nada que matar. ¿Qué hacer ante semejante grado de hipocresía? ¿qué hacer ante semejante locura?

A veces cierro los ojos y siento que estoy encerrada en un manicomio donde todos los médicos están gravemente trastornados y, cuando vuelvo a abrirlos, descubro que, en efecto, vivo encerrada en un manicomio donde todos los médicos están gravemente trastornados. El mundo, el manicomio. Ya no puedo distinguirlos.

Artículo publicado en El Faradio el 27/02/2022