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La imbecilidad

LA  IMBECILIDAD

 

Día 27. Estamos concentrados a las puertas de Educación a punto de iniciar la marcha. Son las 6 de la tarde. A nuestras espaldas, por uno de los laterales de la Alameda, un reducido grupo de obreros y obreras de la Sniace desfila con el puño en alto. Nos volvemos para aplaudirles y la angustia me pone la carne de gallina. Después, cuando la manifestación se pone en movimiento, se unen a nosotros. ¿Octubre del 68?

 

La imbecilidad de este mundo es ininteligible. Podemos (y, desde luego así lo hacemos) experimentarla, sufrirla en nuestra propia carne, caer bajo su despiadado peso, ser arrastrados por ella  hacia el precipicio… También podemos ¿por qué no? ser impulsados e iluminados y realizar hazañas extraordinarias al estilo de D. Quijote. Las palabras no alcanzan a definir esa clase de actos pero la escritura- ahora lo sé – a veces sí. Pese a todo,  nos habíamos acostumbrado a intentarlo. Nos habíamos acostumbrado a la política (la democracia es lo que tiene) hasta que,  sin darnos cuenta, la fuimos transformando en una política de selección en el seno de una comunidad que se volvió en masa, superflua. Nosotros los burgueses, nosotros nos beneficiamos de ella, los proletarios sólo la afrontan. Y es que en esta sociedad nuestra no queda mucho más que este curioso agregado sin fuerza de los que no toman partido: la pequeña burguesía que siempre ha fingido creer que la política es algo de políticos porque –sólo así – su neutralidad queda preservada. Pequeños comerciantes, pequeños jefes, pequeños funcionarios, pequeños dirigentes, profesores, periodistas, intermediarios de todo tipo forman esta gelatina social compuesta de la masa de aquellos que querrían simplemente pasar su pequeña vida privada al margen de la historia y sus conflictos. Como si fuera posible. Como si esa no fuera la manera más segura de hundir el Arca y, con el Arca, todas las especies:

Mercaderes, para quienes la forma segura de obtener beneficios es la disminución  del nivel intelectual de la calle. Culturetas de diverso pelaje, para quienes la cultura no es un diálogo ni un intercambio de preguntas sino una serie de respuestas ingenuas y obsesivas; Traperos que lo convierten todo en una mercancía vendible; filósofos  que en nombre de consideraciones personales o abstractas nociones de justicia, prestan argumentos y falsas justificaciones a quienes detentan el poder. Religiosos que creen que la divinidad les ha otorgado  -a ellos y a nadie más – la exclusiva de la gracia. Políticos para quienes la riqueza y el poder son la única prueba de corrección y autoridad moral

Oh, sí, habrás que repetirlo: los imbéciles de este mundo somos ininteligibles.