Política vaginal
Le robo el título a Ellen Frankfort por una buena causa: hablar precisamente de política vaginal y, ampliando un poco el tema, de algunas otras realidades también políticas, aunque no obligatoriamente vaginales, como son la seguridad y el cuidado sanitario.
Aquel desafortunado día que se me ocurrió ir al servicio de Odontología del Hospital Clínico Universitario (hoy ya no existe) acompañada del mío. Había pasado la noche en vela por un serio dolor de muelas. Cuando entramos en la consulta recuerdo que el odontólogo que me tocó en suerte saludo efusivamente a mi marido (eran compañeros) pero a mí sin darme siquiera los buenos días, me sentó en el potro y me metió un separador metálico en la boca. En ningún momento me preguntó qué me pasaba pues, al parecer, con las explicaciones que le daba mi marido tenía más que suficiente. Es más, no recuerdo que ni siquiera me mirara. Eso sí, yo todo el tiempo con la férula en la boca. Cuando terminaron las conversaciones el medico se volvió hacia mí – yo seguía mirándole en un boquiabierto silencio – y me soltó un: A ver qué le pasa a esta llorona. Y claro, aquello fue la guinda. Antes de que empezara a utilizar el torno, me metí dos dedos hasta la úvula y me arranque el aparato. A continuación, mandé a aquellos dos señores a freír monas y me largué de allí. No recuerdo que nadie se disculpara. Yo tampoco.
Pero a lo que iba: los problemas que se plantean a las mujeres – por ser mujeres – con los médicos no nacen solo de la falta de conocimiento de sus propios cuerpos, ni del condicionamiento femenino frente a las figuras de autoridad masculina. (La clásica dependencia femenina del tocólogo, – dice Frankfort – se transfiere después del parto a la dependencia que tenemos del pediatra en perfecta imitación de la relación de dependencia de los roles maritales). Nacen sobre todo de las desigualdades de trato que existen en el sistema sanitario y de la formación que reciben los médicos. Una formación embrutecedora e impersonal que desgraciadamente les prepara para tratar a TODAS sus pacientes exactamente del mismo modo: como a niñas. Pero claro, tampoco podemos quedarnos en esto. Gastar tanta energía en protestar y tan poca en cambiar la estructura política es, exactamente lo que esperan de nosotras. Y nosotras, supongo, no vamos a darles ese gusto.
Artículo publicado en Último Cero el 28/10/2018