Mater, no. Magistra, menos
Para las postergadas y postergados de una madrastra que algunos llaman Universidad, un cuento.
Érase una vez Lilith, una mujer no exactamente joven pero tampoco vieja que pensó un día en trabajar, opositar, vencer, conseguir un lugar en esa lista profesoral universitaria tantas veces contemplada. Tal vez uno de sus deseos más fervientes, su única asignatura pendiente. Decir también que Lilith no se avergonzó nunca de sus intentos frustrados y en cada uno de esos casos pensó siempre que no valía lo suficiente. Que sus competidores eran mejores. ¿Quién sabe? Seguro. Y, además, que no convenía mirarse a sí misma con delicadeza al tiempo que criticaba sin piedad o dudaba de las garantías de un sistema en el que, en el fondo, seguía creyendo.
De manera que con pacífico deseo de justicia, harta de un trabajo inmisericorde, agria por años de tanta espera y de búsqueda sin logro, Lilith se presentó a una plaza más o menos de méritos donde por supuesto los suyos no contaban ya que, aunque ella no lo sabía, en este tipo de convocatorias, aunque sean públicas, el/la candidata suele estar propuesta, sugerida o las dos cosas a la vez según el criterio – léase dedazo – del manguta de turno.
¿Resultado? una vez más, la Universidad le dio con las puertas en las narices.
Porque Lilith, de condición huérfana, no hubiese hecho allí un buen papel. Ella siempre había mirado a la academia con recelo y aunque lista e imaginativa también era desobediente, indisciplinada, poco convencional y políticamente incorrecta. Hubiese sido raro que encajase. “Lo que usted hace, no corresponde a esta área” “tampoco a esta” “ese conocimiento del que usted habla está fuera de lugar en este departamento” “no, no usted no sirve”… dicho, para mayor INRI, por un ex seminarista con más caspa que conocimiento y que – como buen jefe de Departamento – hablaba de la “objetividad” como el que habla de los precios del lechazo en el mercado. Sí, la misma “Objetividad de la que Adrienne Rich dice que “es el nombre que muchos hombres dan a su propia subjetividad”. Muchos hombres.
Asi que Lilith dejó de intentarlo. Tenía, eso sí, la esperanza de que en algún momento la Magistra descubriera que la libertad de pensamiento no responde ni a los criterios de mercado ni a esa precisa clase de Objetividad que tanto pregonan los ex seminaristas. Que la creatividad intelectual no está incluida entre los requisitos exigidos por una cultura académica delirante para postularse a un puesto. Que la subjetividad en otras formas de pensar es un elemento clave en algunas materias por más que algunos busquen excluirla o penalizarla y que … bueno también tenía la esperanza de que volvieran a llamarla. Pero ¡sorpresa, sorpresa! Esto no sucedió.
Muchas gracias a dios.
Artículo publicado en Último Cero el 12/11/2018