Prensa

De la muerte (que ya no existe)

Historias sin ambiciones. Dijimos. Y que conste que esto es sólo esto. Que esto es únicamente. Un grito. Una carta. Un albur en la ciudad de las conversaciones a distancia. Una conversación a dos manos. Voy –vamos – a escribir un libro verdadero. Paralelo. Y también: no pienso escribir ese libro. O, también, voy a traer un libro que, cuando lo abran desgarre sus manos. Y tú, ¿Como puedes decir tal cosa? ¿Quién te has creído que eres? ¿Piensas que es deplorable cargar de valor las letras? Puede ser. Y también pienso que es inevitable. En cualquier caso, somos para el destierro. No lo creas. Somos tan solo de aquí. Brazos torcidos. Bromas de una historia antigua, que se repite. ¿Lo sabías? No hay palabras para esa tragedia. No existen en nuestro idioma. Un gancho de carnicería. En el mejor de los casos, un vuelo de pétalos a obscuras. La historia que te vence. Como a mí. Dejaremos como mucho, versos de los que no se ven. Palabras. Hojas de árbol. 1 icono. 1 título. Para que los demás hagan lo que quieran con esas señales. O, al menos, que las lean como símbolos. Porque – bien lo sabes – la vida se dice por si sola y surge somnolienta desde la más aislada tipografía. Y de nuevo, ¿Quién te has creído que eres? ¿Y tú? Apenas escribimos mientras la muerte crece sin reparos ante nuestros ojos. Tan lenta, que nos permite contemplar el proceso en que vuelca sus cenizas. Tan lenta, que podemos sentir en la boca el re gusto de esas cenizas: tanto ennegrecen.

Si: Creíamos que nuestro era el lenguaje y el lenguaje se reía de nosotros mientras nosotros nos reíamos de nosotros mismos. Entretanto, la vida ahí en medio, se divertía azotando nuestros sueños. Uno tras otro. ¿Escuchas? Detente para que pueda escuchar lo que estás diciendo oh muerte vertical y dura como el mármol. Suelta las riendas y dime algo que no sepa ¿Acaso no hemos escrito ya lo suficiente? No, no te asustes es apenas el dolor. El dolor y el lenguaje. En el territorio ilimitado del lenguaje, clamamos hasta enronquecer. Aunque después de todo quizá no sea tan malo pues al menos, ahora podré escribirte a donde sea. Ahora que ya no importa. Y entre nosotros, ni una sola discusión más. ¿De acuerdo? Porque ya no me queda ningún miedo, ninguna vergüenza. Ni dolor ni quemadura, ni cansancio ni muerte. He aprendido a vivir con todo eso. Con la vida. Porque la muerte no existe ¿verdad? O al menos, eso me decías.

Artículo publicado en Último Cero el 24/11/2018