Morir en #Lesbos : reseña de Miguel A. Moreta-Lara
‘Lesbos’ (Santander, 2020), el otro libro de Pilar Salamanca al que me refería, es en realidad un nolibro. Para empezar, solo tiene una página, una larga tira de veinte metros doblada cada 12,5 cm para formar 320 páginas, aunque solo está escrita por una cara, por lo que se reducen a 160 páginas. La tira, doblada como fuelle de acordeón, se pliega y viene metido en una caja de cartón, con aspecto de libro. Este nolibro, una edición limitada de 200 ejemplares, firmados y numerados, ha contado con la colaboración artesanal de Víctor González Izquierdo y Manipulados Solidarios.
Lesbos reúne fragmentos, fotografías, collages, poemas, citas, noticias de periódicos, cartas, confesiones, definiciones de palabras árabes… Pilar Salamanca trata de contar la inhumanidad y la vergüenza de los campamentos de refugiados y, en concreto, el de Moria, el más poblado e infame de toda Europa.
Lesbos es una isla griega, un icono histórico de esa diseminada cultura clásica, hecha de pequeños grandes nombres: quizá -improbable lectriz- te alborozaste con la lectura de los poemas de Safo de Lesbos, quizá -aun más improbable lector- te iluminó la lírica de Alceo de Lesbos, quizá aprendisteis a calibrar personalidades con Los caracteres de Teofrasto de Lesbos o sufristeis los primeros flechazos de Eros leyendo la ardiente historia de Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos. Entonces esa isla -donde floreció la poesía-, bañada por el mar de Ulises, era la celebración de la humanidad, de la vida y del placer. Ahora, para los desalentados refugiados que se amontonan en el basural de Moria, es un trozo de la Europa más bárbara, impotente y necrófila.
Los náufragos no apresados/ conversan en un árabe poliédrico/ su libertad bien lo saben/ es tan solo una mezcla/ de tabaco y de palabras/ pero en Moria bien lo saben/ no pueden subir a las montañas/ ni tomar el sol bajo los olivos/ o ni siquiera/ esperar sin esperanza/ la llegada de algún bus o un paquebote./ En Moria los recuerdos no sirven de gran cosa/ por más que no haya dique capaz de contenerlos./ Aquí solo caben las sombras, las sombras de las sombras/ y las olas/ que se mueven ya muy lejos/ y sin rumbo.
Trae a cuento Pilar Salamanca pequeñas historias. La de la joven afgana Anadi que se automutila (ya ha intentado suicidarse dos veces): “Se diría que mi propia lengua se hubiese secado, como si el árabe de toda mi vida saliese de mi boca envuelto en algo como escarcha”. La de la refugiada bosnia Hanna que se hizo internar en un psiquiátrico para evitar la deportación y en ese hospital ha perdido la cabeza y ya no saldrá. La de tantos jóvenes, mujeres solas, niños perdidos que huyeron de Afganistán, de Siria, de Iraq de Yemen, de Sudán, de Palestina: sus historias -terribles- “ya no conmueven al respetable público”. Una ducha por cada 506 personas (?) y un retrete por cada 210. “¿El porqué de estas historias? Yo no sé, no sé qué otra cosa podría hacer”. Una forma lenta de morir dice Naim. “Ahora sé que abandoné el infierno para acabar en brazos del diablo”, confiesa Rim. Titular de periódico: “El incendio del campamento de Moria deja sin techo a 13.000 refugiados”. Nadie, mi nombre es nadie. Nadie es el nombre de los niños que se suicidan. Nadie es el nombre de Liali. Nadie es el nombre del traductor Mohamed. Nadie es el nombre de la modista Rania. Nadie es el nombre del fisioterapeuta Ahmed Al Youssef. Nadie es el nombre del periodista Abdulkader Chukri Jaafar. Nadie es el nombre del antiguo preso político congoleño Michael Tamba. Nadie es el nombre del activista sirio Ahmed Mahmoud.
Testimonios, fragmentos, discursos de Siri Hustvedt, de Susan Sontag, de Ivo Andric, de Maruja Torres (Contarlo para no olvidar), de Adrienne Rich (Sobre mentiras y silencios), quien piensa como mujer en el mundo del hombre:
“[…] en todas las descripciones que del mundo nos son dadas por los silencios, las ausencias, por lo innombrable, lo infalible y lo no codificado, porque por ese camino encontraremos el verdadero conocimiento de las mujeres”.
Escribe Pilar Salamanca que para contar Moria, para poder expresar la inhumanidad, lo que va más allá del dolor y el caos, “se necesita acceder a las imágenes poéticas”. El artefacto construido por ella es el grafiti más poético nunca escrito, en el calor de la noche, en la rapidez de la huida para que no te pille la literatura:
Mis pensamientos desaparecen deprisa, deprisa/
Escondo mis pensamientos deprisa, deprisa/
Escondo mis huellas deprisa, deprisa/
Escondo mis huellas paso a paso/
Borro mis huellas paso a paso/
Borro mis palabras paso a paso
Borro mis palabras palabra a palabra/
Palabreo mis palabras palabra a palabra/
NOTA. “Lesbos es un acto de amor y respeto a los miles de seres humanos que se ven forzados a abandonar su tierra por las razones que sean […]”. El 100% de las ventas irán a la ONG Light Without Borders, “que hoy trabaja en Moria, ofreciendo servicios de oftalmología y acompañamiento emocional”.
[i] Existen cientos de traducciones de este famoso poema fúnebre. A mí me suena especialmente bien esta al portugués de Jorge de Sena:
Alminha, vagabunda, blandiciosa,
Do corpo a moradora e companheira,
A que lugares tu te vais agora,
Tão palida, tão rígida, tão nua?
Nem mais às graças te darás de outrora.
Artículo publicado en Revista El Observador el 15/07/2021