Yo Loba 22
Lo siento, pero tengo que decirlo: hace tiempo que vivo en el imperio de la estupidez. Dentro, ni poco ni mucho pero dentro. Una estupidez que, con el tiempo, se ha vuelto demasiado pesada y que como la brea pegajosa y caliente lo pegotea todo y no hay manera de quitársela de encima. Antes, hace tiempo, yo lo intentaba con la risa y ayudó. Pero ahora, que soy mas vieja y casi nada me hace gracia, la estupidez se ha posado sin más, conquistado todo el espacio, y consumido todo el oxígeno. Siento que me estoy asfixiando y así no se puede vivir. Ni reír. Hace unos cuantos años – hablo de Iberia y excluyo a Portugal – la estupidez, como un mal cómico, agarró el micrófono y se subió al escenario. Y como nosotros éramos también un poco estúpidos, le reímos las gracias y ella, la estupidez, fue cogiendo confianza y ya no lo soltó. Y ahora, me temo muy mucho, no hay esperanzas de que se baje de ahí en un futuro próximo.
La muy cabrona, que no para de chillar micrófono en mano, exige que la escuchen y que la admiren, se mete en los jardines de infancia, en la escuela primaria, en la secundaria, en las facultades el Senado y en la Casa Real. La estupidez ha entrado en los periódicos, en la televisión, en los medios en general e incluso en la literatura. La estupidez escribe autobiografías y poemas y premia a los críticos que los aplauden. La estupidez nos ha arrebatado a mí y a muchas otras hasta el nombre de lo que hacemos y un montón de timadores y tahúres, psiquiatras y plumíferos se las han arreglado para vivir a nuestra costa y a costa de la escritura. La estupidez, queridos y queridas, domina. Y si te rebelas, la muy histérica se pone a chillar y a ti se te caen los palos del sombrajo. Lo peor, es el ruido que hace.