Yo Loba 33
Esta vez la cosa va de libros.
Dialogo con la novia de un sobrino:
- Ah, tu escribes!
Si, respondo, esforzándome por no parecer demasiado presumida, sin la mínima intención de humillar a los que no han sido elegidos ,
- Pues yo tengo una amiga que acaba de publicar su primer libro y ya le han dado un premio. Un premio de Literatura erótica.
Y es que por lo que se ve el mercado literario está densamente poblado por “elegidas” y “elegidos”, colegas de todas clases. Colegas que pueden ser prostitutas que escriben sus memorias, deportistas que relatan su vida profesional, cocineras que hablan de sus recetas o amas de casa que relatan sus sueños más húmedos. De todo hay: Escritoras – abogadas, escritoras – peluqueras o biólogas, escritores-traductores o críticos literarios, un sinfín de gente en busca de su propia identidad, un ejército de ofendidos y maltratados, gentes a las que han pisado el callo y corren a informar al mundo por escrito de la injusticia que supone que precisamente ellos/ellas tengan que vivir con esta injuria largo tiempo silenciada.
Yo es que flipo.
Lo siento, pero sigo sin creerme que en el mundo de la democracia literaria todos seamos iguales, que todos podamos escribir un libro y alcanzar reconocimiento. Pese a todo, no abandono la esperanza de que la justicia histórico-literaria termine por prevalecer, de que mañana mismo todo vuelva a su ser, de que las amas de casa sigan siendo amas de casa y los abogados, abogados. No tengo nada en contra de la democracia. Todo lo contrario, después de pasar la mitad de mi vida bajo una dictadura soy la primera en reconocer su valor, pero no en el terreno del arte y de la literatura. ¡por favor!
No hace mucho al abrir una revista literaria me encontré a toda página el retrato de una escritora a doble página tumbada en el suelo de un despacho cubierta de gasas y lentejuelas. De haberla conocido en Estambul (o en Nueva York) la habría tomado por un travesti. Escribe según dicen “novela histórica” y sus libros se venden como rosquillas.
Así que no, no puedo decir que tenga esperanza. No mucha en todo caso. La apasionante vida de -pongamos- un médico de urgencias, una actriz de teatro divorciada tiene mucho más valor comercial que las ideas de alguien preocupado por explorar los mundos otros. Lo sé: No son las escritoras, ni los críticos sino el poderoso mercado quien dicta los valores estéticos. Qué le vamos a hacer.