Audre Lorde: Maestra, compañera, ejemplo
- Artículo original escrito por Andrea Momoitio en la web Público pinchando AQUÍ
La escritora afrodescendiente vivió en México, un país en el que aseguró encontrar un ápice de paz ante el brutal racismo que sufría en Estados Unidos. Un grupo de mujeres mexicanas se reúnen para analizar su obra y encontrar ecos de su voz que nos sirvan hoy.
Al más puro estilo detectivesco, Geo Vidiella descubrió quién era realmente Frieda Matius. Una web que recoge las biografías de quienes combatieron en la Brigada Abraham Lincoln le dio la última pista. La primera, su intuición. No era habitual que Audre Lorde escribiera de su gente con pseudónimo, pero algo le hizo creer a Vidiella que aquella tal Frieda Matius no era el verdadero nombre de la mujer que convivió en México con Audre Lorde. Presupuso, con acierto, que las iniciales coincidirían con su verdadera identidad. Apenas sabía que había nacido y muerto en Cuernavaca, una ciudad al sur de la Ciudad de México. Logró contactar con su hija, una profesora universitaria que conserva el archivo personal de su madre y que acabó confirmando su hipótesis. Frieda Matius era el pseudónimo de Fredericka Martin. Si googleas su nombre apenas hay información en la red más allá de una breve biografía en Wikipedia, que escribió Geo Vidiella en su afán por honrar la memoria de esta mujer. Nació en Nueva York, en 1905; escritora, antropóloga, fotógrafa y enfermera, participó en la Guerra Civil española en las brigadas médicas. Tenía nacionalidad española, cortesía republicana por su apoyo en la lucha contra las tropas franquistas.
Geo Vidiella tiró del hilo. Varias obras le pusieron la miel en los labios: Zami, la mitobiografía de Audre Lorde; una biografía que escribió su amiga Alexis De Veaux; o Salvaje como el viento, [The Wind Is Spirit: The Life, Love and Legacy Of Audre Lorde], una antología de textos sobre Lorde que coordinó su última compañera, Gloria Joseph. Audre Lorde, una de las escritoras afrodescendientes por excelencia para la teoría feminista, estuvo viviendo en México durante un ‘tiempito’, viajó por el Sur, se matriculó en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y encontró en ese país la tranquilidad que no había hallado en su tierra: Estados Unidos. Cuenta Vidiella, citando infinidad de documentos sobre la vida de Lorde, que en México caminó, por primera vez, con la mirada al frente. Solo tenía 19 años cuando llegó al país, al que prometió volver cuando regresó a Estados Unidos porque podía matricularse en la Universidad a pesar del color de su piel. No hay constancia de su regreso al país en el que se enamoró de una mujer mucho mayor que ella, Eudora Garret, que murió de cáncer en 1992 mucho antes de que Lorde supiera que ella también padecería esa enfermedad.
Desde Estados Unidos, al no poder contactar con Garret, Lorde envió una carta a su amiga Fredericka Martín en la que preguntaba por el paradero de su amante. Es una misiva escrita a mano, con tinta rosa, en la que Lorde cuenta que había sido hospitalizada y que empezaba a cansarse de tanto dolor. Aún le quedaba mucho por sufrir, mucho por aprender, por enseñar y por vivir. Geo Vidiella muestra con orgullo la carta y cruza los dedos porque en el archivo que aún conserva la hija de Fredericka Martín y que está pendiente de ordenar, aparezca alguna pista más sobre su estancia en México. ¿Lo que más ilusión le haría? Encontrar alguna foto de la escritora en su país. Quién sabe cómo se vería entonces Lorde. Era una escritora empedernida, que encontraba en las palabras una ‘mijita’ de consuelo a toda la violencia que sufre el pueblo negro, las mujeres, las lesbianas. De traiciones, sufrimiento, dolor y racismo escribió innumerables textos. En una entrevista sobre escritura, poesía y feminismo, que Vidiella ha traducido al castellano, Lorde reconoce no haber superado el dolor y la rabia que sintió al ser expulsada junto a su familia de una heladería en Washington. Habían viajado a la ciudad a celebrar su graduación: “Fue la primera gran traición que sentí”.
Un grupo de mujeres mexicanas, de distintos ámbitos, procedencias y sentires, llevan alrededor de seis años reuniéndose en torno a la figura de Audre Lorde para tratar de subsanar el olvido al que se ha condenado a su obra. Más allá de su famosa cita sobre lo difícil que resulta destruir la casa del amo con sus propias herramientas, apenas se conoce su vasta producción literaria. “Buscamos difundir su obra en español, que apenas se conoce acá. Hay una gran generación de feministas que desconocen sus aportaciones; para eso, buscamos la manera de traducir sus textos”, cuenta Geo Vidiella. El colectivo ‘Mujeres magenta’, por ejemplo, se dedica a traducir sus poemas. Uno de ellos, especialmente conmovedor, acompañó a Lorde durante toda su vida como herramienta de protesta contra las feminicidios. La matanza de un grupo de mujeres negras en Boston fue la excusa para escribir:
“Esta mujer es Negra
por eso su sangre se derrama en el silencio.
Esta mujer es Negra
por eso su muerte cae sobre la tierra
como goteantes heces de pájaro
para ser lavada por el silencio y la lluvia”
Algunos talleres, la proyección del documental sobre los años de Lorde en Berlín, lecturas colectivas de su obra o conversatorios son algunas de las actividades que organizan en México desde espacios feministas como ‘La Gozadera’, el ‘Circuito diálogos en imagen’, el ya citado ‘Colectivo magenta’, ‘Ediciones La social’ o ‘Pluridiversidades Feministas’. Todas coinciden en la necesidad de poner en valor la obra de esta negra, lesbiana, madre, poeta, mujer guerrera. ¿Qué puede aportar Lorde a los feminismos de hoy? A esa pregunta responde la iniciativa ‘Casa de la diferencia’, que recoge el guante que lanzó la poeta en una de sus obras al reconocer que no es suficiente con que las mujeres, las negras o las lesbianas estemos juntas. Lo que la Marcela Lagarde llamó sororidad, Lorde lo nombraba como ‘comunalidad’: un ejercicio consciente y político de relacionarnos respetando nuestras diferencias y no escondiendonos en ellas. Era una mujer de fronteras, de trincheras, de no encajar, de complejizar y comprender lo que viven las otras.
Dicen de Lorde que es una de las pioneras en la teoría de la interseccionalidad, pero Geo Vidiella matiza que nunca lo nombró así: “Ella reconocía que no había jerarquías entre las opresiones. Hablaba de racismo, de homofobia y de sexismo”, de las múltiples estrategias a través de las cuales operan estas formas de opresión, que se entienden bien juntas y no se pueden reconocer por separado. Todas duelen. El dolor y el sufrimiento son, precisamente, temas centrales en la obra de Audre Lorde, que reconocía sin pudor sufrir dolores encapsulados, que pretendía reelaborar las emociones, destilar las experiencias, que situaba el racismo como uno de esos lugares secretos del dolor. Dice Vidiella que Lorde escribía sin pretensiones de teorizar, pero en torno a sus palabras se han construido infinidad de teorías que tratan de explicarnos algunas de las emociones humanas más primarias. En la entrevista que Vidiella ha traducido al castellano, entre Audre Lorde y Nina Winter, la autora narra cómo se enfrentó a las preguntas sobre la muerte que le hacía su hija y reconoce que sólo ahí pudo enfrentarse a ese miedo. Entonces descubrió como algunas palabras, hasta entonces olvidadas, resurgían con fuerza. “Concédeme la gracia de una muerte feliz”, decía una plegaria que conocía desde que era niña. Aquella oración no volvió a ella hasta que tuvo que explicarle, precisamente a una niña, por qué no debe darnos miedo la muerte.
En el grupo de trabajo en torno a su obra del que forma parte Geo Vidiella dan vueltas y vueltas a sus palabras tratando de encontrar su eco hoy. En plena crisis, que a veces resulta demasiado violenta, entre distintas corrientes del feminismo, la voz de Lorde necesita de un altavoz. “Las posturas del feminismo no blanco, que cuestionan las aportaciones académicas y euroblancas, luchar por otras a las que no conocen es imprescindible. Pretender formar un único movimiento reproduce las opresiones tradicionales”, lamenta Vidiella. De eso hablaron mucho Lorde y la poeta Adrienne Rich, en una entrevista publicada en La hermana, la extranjera, publicada por la editorial Horas y Horas. Una joya. Audre Lorde murió, el 17 de noviembre de 1992. Ese mismo día, un año después, hay quien dice que acabó el ‘apartheid’ en Sudáfrica. Lorde diría que todo es más complejo. Y, sobre todo, que duele más.